Miguel Winograd es un fotógrafo colombiano. Después de realizar estudios en historia latinoamericana, se graduó del programa de fotografía documental del International Center of Photography en Nueva York. Le interesa explorar las relaciones entre las personas y su entorno, las complejas interconexiones entre los paisajes de los andes tropicales y las narrativas del conflicto social. Trabaja principalmente con procesos fotográficos análogos en gelatina de plata. Sus fotos han sido expuestas en Nueva York, Ciudad de México, Bogotá y Berlín, y publicadas en distintos medios, incluyendo el New York Times y The New Republic.

La luz en la niebla perpetua es como un sueño. Repentinamente se abre una ventana en el cielo y los rayos de sol, puros e intensos, demarcan los detalles y las texturas del paisaje con una nitidez delirante. Después vuelve a caer una cortina gris que desdibuja las figuras en una nata espesa.

En el transcurso de varios años de fotografiar en las alturas de estos Andes tropicales, fui percibiendo, sin duda de manera subjetiva y muy personal, un lenguaje en las imágenes que capturaba. Eran signos que murmuraban de los ciclos intrincados del tiempo y apuntaban a una serie de polaridades no resueltas: luz/oscuridad, vida/muerte, aridez/exuberancia, lucidez/sueño, creación/destrucción, principio/fin.

La fotografía desde sus orígenes se ha usado para registrar cosas que están destinadas a desaparecer: de ahí su asociación íntima con la muerte. El impulso de fotografiar estos lugares y sus poblaciones podría inscribirse dentro de esa tradición documental. Es muy probable que me anime una consciencia de la fragilidad de esos territorios que, a pesar de su aparente inalterabilidad, están objetivamente amenazados. También intuyo una compleja red de interconexiones dentro y entre los ecosistemas de los distintos pisos térmicos: el bosque alto-andino, la alta montaña, los ciclos del agua (el páramo como esponja de las nubes que cargan agua evaporada de la selva y como origen de los ríos que la irrigan). Y por supuesto, la actividad humana, inevitablemente destructiva. Por eso las fotos juegan con distintas escalas. En otro nivel, mi práctica fotográfica podría interpretarse en una línea mucho más personal y hasta romántica: el paisaje como espejo y proyección de las emociones. Y en una dimensión más simbólica, estas imágenes son para mí una forma de pensar el tiempo (el tiempo también es una de las variables técnicas de estas fotografías y de todas). Aunque a veces este pensar resulte un divagar a ciegas. Espero que en estas imágenes se trasluzca algo de todo aquello, aunque mi intención no es enunciar argumentos. Como dice William Eggleston, las fotos son lo que son y no sirve mucho hablar de ellas.